El Instituto de la Mujer que Trabaja (Barcelona, 1920-1936): identidades femeninas en el seno de una organización pionera en la historia de la seguridad social española
Abstract
Este artículo aborda en qué medida el Instituto de la Mujer que Trabaja, una obra social de la Caja de Pensiones para la Vejez y de Ahorros, construyó la identidad de la “afiliada” con el fin de reagrupar a un mayor número de mujeres de clase obrera para alejarlas de movilizaciones sociales. La dirección del instituto, consciente de las múltiples tensiones políticas y sociales del primer tercio del siglo XX en España, se amoldó a los diferentes regímenes políticos y supo implantar estrategias de acción social creando espacios de sociabilidad femenina y permitiendo reforzar la cohesión y unión de mujeres de clase obrera, lejos de cualquier polémica ideológica. Todo ello favoreció que, a lo largo de los años veinte y treinta, el Instituto de la Mujer que Trabaja defendiera un modelo de mujer construido en torno a valores cargados de simbología, como el trabajo, la maternidad, la educación y el catolicismo.
Résumé
Cet article analyse dans quelle mesure l’Instituto de la Mujer que Trabaja, une œuvre sociale de la Caja de Pensiones para la Vejez y de Ahorros, a construit l'identité de l’afiliada [l’adhérente] afin de regrouper le plus grand nombre de femmes de classe ouvrière pour les tenir à l'écart de mobilisations sociales. La direction de l'institut, consciente des multiples tensions politiques et sociales du premier tiers du XXe siècle en Espagne, s’est adaptée aux différents régimes politiques et a mis en œuvre des stratégies d’action sociale, en créant des espaces de sociabilité féminine et en renforçant la cohésion et l’union des femmes de classe ouvrière, loin de toute polémique idéologique. Tout cela conduisit l’Instituto de la Mujer que Trabaja à défendre, tout au long des années 1920 et 1930, un modèle de femme construit autour de valeurs essentielles et symboliques telles que le travail, la maternité, l'éducation et le catholicisme.
Texte intégral
Introducción
Las dos primeras décadas del siglo XX en Barcelona se caracterizaron por las tensiones sociales y laborales entre la clase obrera y la burguesía y se produjeron fuertes enfrentamientos en la capital catalana, una de las ciudades más industrializadas de España donde el movimiento obrero era más combativo y estaba más presente en movilizaciones. En 1902 tuvo lugar una huelga general seguida por la mayoría de los sectores obreros, que provocó fuertes disturbios y que generó un clima social de gran tensión con la patronal y la burguesía. A partir de este episodio de fuerte conflictividad, sectores de la burguesía buscaron diferentes soluciones que alejaran a la clase obrera de movilizaciones y paros generalizados. Fue en este contexto cuando surgió el proyecto de creación de la Caja de Pensiones para la Vejez y de Ahorros (CPVA, conocida popularmente en la actualidad como la Caixa) con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora. En un periodo de tiempo relativamente corto, de 1902 a 1920, la CPVA consiguió poner en práctica toda una serie de servicios de ahorro y de previsión dirigida no solo a la burguesía, sino sobre todo a la clase obrera.
Su rápido y efectivo crecimiento así como una junta directiva formada por importantes empresarios e intelectuales catalanes llevó a la CPVA a las más altas esferas políticas y económicas del país. En el espacio de dos décadas, se convirtió en la caja de ahorros más importante de toda España gracias a las novedosas medidas y estrategias implementadas en Cataluña y en Baleares, como la inauguración de numerosas sucursales en ambas regiones (especialmente en ciudades medias y pequeñas que carecían de entidades de ahorro a nivel local), la diversificación de operaciones y las diferentes modalidades de ahorro propuestas para una clientela muy variada. Por todo ello, la CPVA obtuvo un reconocimiento nacional y una fuerte influencia en diversas instituciones nacionales del Estado 1 . En este contexto de rápido crecimiento, la entidad de previsión y ahorro decidió en 1918 inaugurar una nueva etapa: la creación, el fomento y el desarrollo de obras sociales. Los excedentes obtenidos de los ahorros de la clientela así como la buena gestión financiera se emplearían a partir de 1918 en obras sociales de carácter benéfico. En 1920, la CPVA, junto con la junta directiva del Montepío de Santa Madrona (una mutualidad católica femenina fundada en 1900 en Barcelona), creó el Instituto de la Mujer que Trabaja (IMT): una institución para mujeres de clase obrera. Esta obra social se convertiría en la más importante de la CPVA en los años veinte y treinta. Permitió a la CPVA acercarse a un sector de la población específico, las mujeres del proletariado, y difundir unas pautas de comportamiento y valores propios del instituto así como crear fidelidad a la institución y fomentar una nueva concepción del ahorro y la colectividad. A través de la creación de toda una serie de servicios sanitarios, formativos, económicos y culturales, el IMT se convirtió en una organización de fuerte influencia entre la población femenina y se pusieron en marcha mecanismos de propaganda para configurar una identidad femenina particular y característica del instituto.
La hipótesis de partida para esta investigación será demostrar que el IMT creó un nuevo modelo de mujer obrera y propio al instituto, que se modeló a través de la identidad de la “afiliada”, y buscó alejarse cautelosamente de cualquier polémica identitaria o ideológica con el fin de aumentar su influencia en su área geográfica de actuación (Barcelona primero, Cataluña y Baleares posteriormente). Para demostrar esta hipótesis, analizaremos primero cómo los cambios de regímenes políticos de la década de los veinte y treinta fueron asumidos por el IMT de forma apolítica configurando diferentes relaciones identitarias entre afiliadas. El IMT, consciente de la cuestión de género y de clase de las obreras, aprobaría diversas estrategias para adaptarse a un contexto social cambiante. A continuación, nos preguntaremos en qué medida el IMT, poniendo a disposición diferentes espacios de sociabilidad femenina en Barcelona, permitió reforzar la cohesión de las mujeres de clase obrera y fomentar un clima social pacífico alejado de las convulsiones políticas, que favoreció a su vez la configuración de la identidad y unión femenina del instituto. El modelo identitario de la “afiliada” surgió progresivamente y se constituyó en torno a unas características cargadas de simbología: el trabajo femenino, la maternidad, la educación y el catolicismo. Estudiaremos cómo y por qué el IMT decidió aplicar su posicionamiento identitario en relación con estos cuatro ejes.
Relaciones identitarias en un contexto político y social variable
La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) favoreció la entrada de mujeres en política, aunque de manera limitada, con el objetivo de aumentar su base social y dar una imagen regeneracionista y de modernidad frente al resto de Europa. Esta participación política femenina se basó en la identidad católica, el patriotismo nacionalista y la diferencia de género 2 . Por esta razón, en los años veinte del siglo XX, las organizaciones femeninas católicas se vieron favorecidas por el régimen primorriverista y estuvieron cada vez más presentes en el espacio público al reclamar ciudadanía social y política para las mujeres y defender el derecho a la educación y al trabajo extradoméstico femenino. Sin desafiar el orden patriarcal establecido, estas organizaciones resquebrajaron la estricta separación entre la esfera privada y pública puesto que empezaron a participar en organismos del Estado, pero continuaron legitimando y defendiendo el rol tradicional femenino de la madre y esposa. El activismo católico femenino en Cataluña defendía igualmente el derecho de las mujeres a la educación y al trabajo extradoméstico y en ese sentido siguieron las mismas líneas marcadas por el catolicismo social, es decir, por la corriente de pensamiento y el conjunto de obras de acción social llevadas a cabo por el movimiento católico desde finales del siglo XIX, que buscaba solucionar los conflictos sociales ocasionados por la fuerte industrialización así como luchar contra la secularización 3 . Sin embargo, hubo una importante divergencia con el resto del movimiento católico español: desde principios del siglo XX, en los sectores burgueses y católicos de Cataluña se reforzaron las corrientes catalanistas, las cuales tendieron progresivamente hacia un nacionalismo cada vez más presente en el espacio político 4 . En los años veinte y treinta, existieron pues dos movimientos del catolicismo social femenino antagónicos, el español y el catalán, en torno a concepciones nacionalistas discrepantes.
Por su lado, el IMT buscó navegar entre ambas corrientes sin tomar partido alguno para no dificultar sus relaciones con los gobiernos regionales y estatales. La cúpula directiva de la CPVA se movía, desde principios de siglo, en las altas esferas políticas del país (como en el Instituto Nacional de Previsión o el Instituto de Reformas Sociales) y no le convenía implicarse en ninguna corriente ideológica, aunque sí participaba en diversas instituciones tanto catalanistas como españolistas. Por lo tanto, la principal estrategia que adaptó fue jugar con la ambigüedad ideológica. Lo podemos demostrar a través de la revista del IMT, Vida Femenina, en la cual se publicaban artículos tanto de activistas catalanistas como españolistas, pero los temas tratados estaban estrictamente ligados a la cuestión femenina. De esta manera, el IMT no se implicaba y permanecía neutro ante las problemáticas nacionalistas, tomando su propia vía de actuación siempre dentro del respeto a la identidad católica.
Esta tendencia a la neutralidad persistió durante el periodo republicano y, debido al clima conflictivo de la Segunda República (1931-1936) entre diferentes corrientes ideológicas relacionadas con la religión y su papel en el Estado, el IMT decidió distanciarse todavía más de cuestiones políticas y se centró en promocionar sus servicios entre las afiliadas y reforzar la identidad femenina del instituto con el objetivo de demostrar que tenía su propia vía de actuación y que continuaría su labor sin tener en cuenta el régimen político vigente. Este posicionamiento estratégico le permitió seguir desarrollando su obra sin dificultades y el aumento de inscripciones al IMT durante la década de los treinta 5 nos confirma que un gran número de mujeres de Cataluña y Baleares se sintió reflejado y acogido por los valores defendidos por el instituto. Durante el periodo republicano, el temor de los sectores católicos a los nuevos derechos adquiridos por las mujeres (sufragio, acceso a profesiones antes vetadas a mujeres, matrimonio civil, divorcio, enseñanza mixta…) así como a la secularización progresiva de la sociedad española hizo que organizaciones católicas como la Acción Católica de la Mujer 6 se replegaran en el discurso de la domesticidad, que relegaba las mujeres al papel del “ángel del hogar”, y sus principales preocupaciones fueron la restauración de la familia tradicional y la preservación de la moralidad católica 7 . El IMT se desvinculó de esta tendencia del catolicismo español y defendió siempre el trabajo extradoméstico femenino. Continuó igualmente la movilización para mejorar sus condiciones laborales, centrándose en la protección de la maternidad y de la infancia. Aun así, por el clima tortuoso del periodo republicano, el discurso del IMT fue más moderado y se centró en poner de relieve el papel de las enfermeras para así promocionar su propia escuela, dejando de lado reivindicaciones más controvertidas como la emancipación económica femenina. El objetivo del IMT era no participar en ningún debate polémico en buena medida debido a la fuerte y beneficiosa influencia de la CPVA en la política estatal y regional. Tanto la CPVA como sus obras sociales decidieron adoptar una postura aparentemente imparcial para que no perjudicara sus obras. Su adaptabilidad y oportunismo en función de los diferentes regímenes políticos hizo que la organización continuara prosperando. Además, al prestar servicios al Estado, los propios gobiernos nacionales y regionales estaban también interesados en establecer contactos y relaciones mutuas entre ambas instituciones. Se nutrían mutuamente y, por lo tanto, buscaban estrategias para colaborar y no perjudicarse. Esta tendencia se prolongaría, de hecho, durante la dictadura franquista.
Espacios, encuentros, cohesión: las estrategias del IMT
Desde su creación en 1920, el IMT puso rápidamente en marcha toda una serie de servicios económicos, sanitarios, formativos y culturales con el fin de atraer a más obreras y así aumentar progresivamente su obra y asistencia social. Las mujeres de clase obrera interesadas en estos servicios se podían afiliar a la institución a través de cuotas mensuales que se adaptaban en función de su salario y solvencia económica. Esta adaptabilidad favoreció el atractivo de esta organización que atrajo a numerosas mujeres de clase obrera que buscaban especialmente asistencia sanitaria y económica en un contexto de escasez en ambas materias. La falta de políticas públicas y de protección social para con la clase trabajadora favoreció el rápido crecimiento del IMT que pasó de tener 5.977 afiliadas en 1921 en Barcelona, a 21.913 en 1931 en Cataluña y Baleares para llegar a su máximo de 28.212 afiliadas en 1937 8 . El IMT vio un campo de acción social amplio y disponible en el cual podría elaborar estrategias para acercarse a la población femenina trabajadora teniendo como principales objetivos atraer a las trabajadoras a una organización católica neutral, implantar un modelo de mujer específico a su ideología (como veremos a continuación), obtener nueva clientela para mayor crecimiento de la caja de ahorros y posicionarse como una entidad fuerte de utilidad pública que le permitiría aproximarse a los órganos de dirección del país e influir en la toma de decisiones relativa a la previsión y la asistencia social. Con el apoyo económico de la CPVA y con las cuotas mensuales de las afiliadas, durante la década de los veinte y treinta, el IMT inauguró clínicas de maternidad y de cirugía, servicios de dispensarios y laboratorios exclusivamente femeninos; creó seguros de maternidad, de enfermedad, de matrimonio y de defunción; continuó la labor comenzada en 1917 con la escuela de enfermeras de Santa Madrona (la primera escuela de enfermeras de Cataluña); y organizó toda una serie de actividades culturales como visitas y excursiones a centros culturales y religiosos. Asimismo, contaba con varios centros de hospedería para las mujeres de clase obrera que no tuviesen alojamiento o que no contasen con familiares en la ciudad, sin duda al ser conscientes de la fuerte ola de inmigración del campo a la ciudad que tuvo lugar en aquel período. En las hospederías también se organizaron clases para las afiliadas de escritura, lectura, costura, idiomas, entre otras. Con el fin de buscar una cohesión social y un sentimiento de pertenencia a esta institución, el IMT creó igualmente una revista gratuita para sus afiliadas con un título neutro, que permitía todo tipo de contenido: Vida Femenina (publicada de 1919 a 1937 sin interrupción) daba cuenta de las novedades del instituto y publicaba artículos de diversa índole (actualidad nacional e internacional, literatura, ciencia, cocina, enfermería, higiene…). Desde su creación en 1920, el IMT se presentó como una organización católica sosegada que buscaba proteger a las mujeres de clase obrera de Barcelona, las cuales eran percibidas por la organización como desamparadas por el Estado y la sociedad en general. El IMT actuó de una manera ciertamente paternalista, pero buscaba contribuir, a través de la asistencia sanitaria, económica y formativa, al bienestar de las afiliadas y, de esta forma, estas podrían contribuir a la sociedad con su trabajo profesional, doméstico y reproductivo. Con una actitud cargada de prudencia y paternalismo, el IMT no animaba a sus afiliadas a emanciparse de los cánones tradicionales de género y clase, sino que buscaba en ellas la fidelidad y confianza para con su propia institución creando de esta forma una relación de poder desigual.
Los servicios propuestos por el IMT y los locales que ocupaban en el centro de Barcelona (diversas clínicas, dispensarios, escuela, hospederías) se convirtieron rápidamente en espacios de sociabilidad femenina donde se fomentaba la cohesión social, la identidad femenina trabajadora y la unión entre las afiliadas de una manera totalmente pacífica conforme a los principios del catolicismo social que buscaba armonía social. El objetivo era igualmente alejar a la población femenina de las movilizaciones obreras más reivindicativas así como separarlas de organizaciones de izquierda, especialmente las anarquistas, las cuales tenían una fuerte influencia en Barcelona. El IMT buscaba entre sus afiliadas docilidad en cuanto al activismo político femenino ya que el instituto se presentaba como el portavoz de las demandas de sus derechos laborales por lo que el instituto pretendía que las afiliadas no se movilizaran públicamente, posicionamiento totalmente opuesto a las políticas anarquistas femeninas de la época de Barcelona. Para el IMT, solo la dirección del instituto tenía las influencias y el poder para movilizarse en la esfera política y reclamar mejoras, relegando a un papel subalterno a las afiliadas.
El IMT se desarrolló como una organización femenina interclasista y destacaba como uno de sus principales pilares la presencia de mujeres de diversos orígenes sociales. También en la escuela de enfermeras se realzaba el carácter interclasista de las alumnas y la consonancia entre todas ellas con el único objetivo de formarse en esta profesión 9 . La mayoría de las afiliadas pertenecía a la clase obrera, pero también había mujeres afiliadas que pertenecían a las clases medias. Sin embargo, existe una diferencia fundamental en cuanto a la jerarquía de poder del IMT, en la cual esta postura interclasista desaparece por completo. Es importante subrayar que la dirección del IMT estaba formada únicamente por miembros de la burguesía y, aunque se aceptaban a afiliadas obreras en las juntas, el ejercicio del poder en la organización provenía exclusivamente de la burguesía. El IMT se diferenciaba pues de otras organizaciones católicas femeninas de España (como el Sindicato Obrero de la Inmaculada de Madrid) que, a finales de la década de los diez, intentaron alejarse de la postura de tutelaje de la burguesía hacia el proletariado y decidieron adoptar una postura más obrerista haciendo participar en las juntas de decisión y directivas a afiliadas obreras 10 . El IMT hizo su propio camino junto a la CPVA y, mediante un discurso paternalista, configuró unas dinámicas de poder verticales en las que era la burguesía la que estaba en los órganos de dirección más relevantes. Es más, en el interior de esta propia jerarquía, había igualmente un orden patriarcal muy sólido. Al analizar el reglamento del IMT, constatamos que únicamente los cargos directivos ocupados por mujeres (presidenta general, vicepresidenta, contadora, secretaria, vicesecretaria y las doce vocales) eran elegidos directamente por la CPVA 11 . Había pues una doble sumisión de clase y de sexo: por un lado, las afiliadas de clase obrera y media estaban subordinadas a la jerarquía burguesa del IMT; por otro lado, las mujeres en los puestos directivos quedaban subordinadas a la dirección masculina de la CPVA. El IMT tuvo como objetivo cohesionar el conjunto de la población femenina, y en cierto modo lo consiguió, pero en la organización interna del instituto constatamos que existía un orden desigual donde las afiliadas quedaban relegadas a un rol subalterno. Aun así, durante los más de veinte años de vida del IMT, siempre se buscó fomentar una cohesión interclasista que uniera a mujeres de diferentes orígenes sociales.
Con el objetivo de encontrar esta armonía, desde el IMT se instó a las mujeres pertenecientes a sectores más acomodados a que estudiasen para participar más activamente en la sociedad y fomentar la paz social entre clases sociales. También se impulsaba la educación de las mujeres de clase obrera, sea cual fuera su nivel de estudios o instrucción 12 . Para ello, se organizaron clases tanto de escritura y aritmética como de lenguas extranjeras o de física y química. Asimismo, se crearon cursos de repaso para aquellas afiliadas que quisieran ingresar en la escuela de enfermeras y no tuviesen el nivel necesario para ello, organizándolos en horario nocturno para que pudieran acudir tras la jornada laboral 13 . El instituto hizo un auténtico y serio esfuerzo para que cualquier afiliada al IMT pudiese acceder a la escuela de enfermeras, implantando becas de ayuda y siendo flexibles en la evolución de los estudios (como aceptar que una alumna terminase el curso de enfermera en cuatro años en vez de dos debido a razones familiares). Si bien el afán del instituto por el éxito de las afiliadas en sus estudios es notable, el instituto tenía un claro objetivo detrás de esta voluntad: las enfermeras tituladas en la escuela del instituto terminarían trabajando en los centros sanitarios del IMT, constituyéndose de esta forma un circuito cerrado entre formación y ejercicio de la profesión. Efectivamente, las antiguas estudiantes de enfermería nutrían los servicios sanitarios del IMT. Además, constituía un oficio que se amoldaba a los mandatos de género de la época, es decir, con la idea de que la mujer debía estar al cuidado de los demás (especialmente de los más débiles y vulnerables). Consistía igualmente en una profesión que se correspondía perfectamente con los sentimientos maternales, por lo que se consideraba un oficio ideal para la mujer. Esta profesión no suponía un riesgo para el orden jerárquico de género vigente pues las mujeres seguían relegadas a su rol de cuidadoras y a las órdenes de los médicos varones en la gran mayoría de los casos. Sin embargo, es importante remarcar que el instituto reconoció igualmente la necesidad de contar con enfermeras en los centros sanitarios y valoró su gran labor y profesionalidad.
En esta investigación constatamos una doble dicotomía: por un lado, se promovía la formación profesional de las mujeres en estudios superiores. Se fomentó especialmente el oficio de enfermera para promocionar la escuela del instituto, pero también se promovieron estudios universitarios y profesiones que hasta entonces eran de difícil acceso para las mujeres como el derecho o la medicina. Por otro lado, el IMT respaldaba el discurso del movimiento católico, cuyo modelo de mujer ideal era el de “ángel del hogar”. Este modelo femenino se basaba en la sumisión y modestia de la mujer hacia el esposo, en su posición exclusiva en la esfera privada del hogar y en su rol de madre. En la revista del instituto, aparecían regularmente publicaciones que defendían este papel femenino, pero se trataban de artículos firmados en su mayoría por hombres pertenecientes al movimiento católico que buscaban fortalecer el rol tradicional de la mujer, cuyos cimientos se tambaleaban cada vez más fuertemente por los progresos feministas en el espacio nacional e internacional.
La identidad de la “afiliada”: trabajadora, madre, instruida y católica
Progresivamente, el IMT fue modulando el perfil de afiliada que podemos definir bajo cuatro principales características: el trabajo, la maternidad, la instrucción y el catolicismo. La principal condición para ser afiliada al IMT era pertenecer a la clase obrera. Como procedemos a demostrar, el IMT tenía una concepción muy amplia del concepto de “trabajadora”, que no se acotaba al de “asalariada”, sino que iba mucho más allá pues incluía a mujeres que trabajaban por cuenta propia, en sus propias casas o de manera eventual, con o sin patronos, de manera continua o discontinua. Esta concepción era muy novedosa para aquel período, en especial en los círculos católicos y reformistas ya que estos consideraban a la trabajadora como simplemente asalariada 14 . Esta es una de las razones por las que se optó por la apelación “Instituto de la Mujer que Trabaja” por su deseo de incluir a todas las trabajadoras, sin importar sus ámbitos profesionales ni sus condiciones laborales. También subyacía la idea de la consideración del trabajo realizado en el hogar al cuidado de la familia por lo que se ampliaba el concepto de afiliada a las mujeres que no tenían un trabajo asalariado como tal, pero que se ocupaban de las tareas domésticas. Estamos pues ante una concepción muy avanzada del trabajo de las mujeres, pues incluía el trabajo doméstico, y ante un concepto de la afiliada que comprendía a mujeres de muy diversos ámbitos profesionales. En definitiva, el sujeto principal de la obra del IMT estaba formado por un conjunto heterogéneo de mujeres que tenían en común la realización de una actividad laboral, en muy diversos campos del trabajo. Esta característica sería la más importante en la creación de la identidad de afiliada y el punto de unión y cohesión entre todas ellas.
Desde la creación del IMT en 1920, se puso igualmente de relieve el papel de la maternidad para reforzar esa identidad femenina de la afiliada. En ese sentido, se guiaron por las políticas europeas que buscaban terminar con la mortalidad materna e infantil. La maternidad, y en especial la protección y asistencia social y obstétrica a las madres de clase obrera, fue una de las principales luchas del IMT. El instituto se movilizó fuertemente por esta causa, participando en instituciones estatales como el Instituto Nacional de Previsión. Tuvo un rol esencial en la preparación y aprobación del seguro de maternidad, aprobado en 1929, que entró en vigor durante la Segunda República, en octubre de 1931. También la gran diversidad de servicios sanitarios del IMT dedicados exclusivamente a la maternidad y a la infancia nos indica hasta qué punto la maternidad fue una prioridad para el IMT. La maternidad obrera estaba cada vez más presente en los debates de principios del siglo XX 15 y diversos sectores sociales se preocuparon por el estado de la maternidad entre el proletariado, el cual padecía de fuertes carencias protectoras ya fuera en la legislación laboral como en la asistencia médica antes y después del parto o en los cuidados más esenciales en los primeros años de la infancia. La mortalidad infantil era efectivamente muy alta a principios del siglo XX y se buscaban medidas para mejorar las condiciones sociales de las madres obreras y de sus criaturas: el IMT supo aplicar medidas concretas y mejoró notablemente la vida de sus afiliadas y de sus criaturas mediante asistencia sanitaria, económica y educativa de calidad. Por lo tanto, el papel de la maternidad se configuró también en la identidad de la afiliada. Lo podemos confirmar con la portada de la revista del IMT, titulada Vida Femenina entre 1919 y 1927 y Vida Social Femenina entre 1927 y 1937, en la cual aparece una ilustración de una madre con una criatura en los brazos en un entorno urbano e industrial. El IMT, con esta imagen, situaba en el centro de su obra social a la madre obrera y no es anodino que esta ilustración aparezca por primera vez en 1933 16 . Durante la Segunda República, las organizaciones femeninas católicas, como la Acción Católica de la Mujer, llevaron a cabo un trabajo propagandístico cada vez más firme en el que reivindicaban el rol de la mujer en la sociedad como madre y esposa y realizaban llamamientos para que las mujeres, en especial las de clase media, las que se podían permitir dejar de trabajar, volvieran al espacio privado del hogar 17 . El IMT se desmarcó de esta corriente y fortaleció la identidad de la afiliada mediante un discurso que exigía derechos laborales para las madres trabajadoras (como la baja por maternidad) y defendía la educación y el trabajo extradoméstico de la población femenina, en especial la enfermería fomentando así su propia escuela:
¿Han pensado alguna vez, queridísimas amigas, en elegir una profesión que fuese propia y digna de la mujer? (…) Entonces la respuesta debería ser esta: ser enfermera. No hay nada más útil y provechoso; nada tan sublime y excelente bajo cualquier punto de vista. En el aspecto de conseguir independencia económica, es un medio que honra a la mujer; en el aspecto familiar, (…) nada mejor que unir a un buen corazón los conocimientos científicos. 18
Las madres trabajadoras se convirtieron durante el periodo republicano en el centro de la obra social del IMT. Por un lado, permitió al instituto continuar su labor comenzada durante la década de los años veinte sobre la asistencia social y los derechos laborales ligados a la maternidad como la inauguración de toda una pionera red sanitaria exclusiva para mujeres de clase obrera así como la aprobación del primer seguro de maternidad efectivo en España. Por otro lado, la defensa de las madres trabajadoras se inscribía en el discurso del catolicismo social de principios de siglo XX, cuya perspectiva tradicional del rol vital de las mujeres como madres se mantuvo durante el periodo republicano. Entonces, estamos ante una profunda dicotomía del IMT entre un discurso innovador sobre la maternidad obrera con iniciativas concretas, sanitarias y sociales, y un posicionamiento conservador que seguía considerando la maternidad como la misión esencial de las mujeres. Lo que sí es evidente es que, a pesar de los límites de su discurso, la maternidad obrera constituyó un eje esencial en la obra social del IMT y, por ello, se convirtió en una parte identitaria fundamental de la afiliada.
Otra característica de la identidad de la afiliada era relativa a la instrucción. El IMT, como hemos señalado, puso en práctica diversos servicios educativos para las afiliadas, que iban del nivel de enseñanza elemental hasta formación profesional como la escuela de enfermería. No solo se buscaba luchar contra el analfabetismo femenino (más alto que el masculino) 19 , sino que se intentaba fomentar prácticas culturales e intelectuales entre las afiliadas. También aportaba beneficios para la propia institución pues la propaganda del IMT a través de la revista gratuita Vida Femenina sería de más fácil acceso para el conjunto de las afiliadas. A través de actividades culturales como la visita de monumentos históricos (a menudo vinculados a la religión) y de publicaciones sobre temáticas literarias, sociales y científicas, el IMT pretendía configurar un modelo de mujer culta e instruida, siempre bajo los principios católicos.
Por último, la identidad de la afiliada iba intrínsecamente ligada a su religiosidad: debía ser católica y respetar la moralidad que se imponía desde la Iglesia y los sectores católicos. En la investigación en archivos, hemos descubierto documentación que confirma esta obligatoriedad sobre la pertenencia a la religión católica ya que en los registros de inscripción a la escuela de enfermeras existen fichas de afiliadas que fueron rechazadas por pertenecer a otras corrientes del cristianismo como el protestantismo 20 . La identidad católica de la afiliada al IMT se acentuó específicamente durante la dictadura de Primo de Rivera, pero una vez instaurada la Segunda República, el catolicismo pasó a un segundo plano y el instituto resaltaba más el carácter trabajador y materno de las afiliadas con el fin de estar acorde con las tendencias republicanas más laicistas, aunque el carácter católico nunca llegó a desaparecer por completo.
Conclusiones
Consciente de la inestabilidad política y las conflictividades sociales presentes durante la década de los veinte y treinta del siglo XX en España, la imparcialidad del IMT en cualquier corriente ideológica fue una línea de actuación que le permitió prosperar, perpetuarse y ampliar sus servicios para las afiliadas. Para atraer a un mayor número de mujeres de clase obrera, el IMT promovió y se asentó en una serie de valores y características con las que muchas mujeres, sin importar su origen social, se podían identificar, como eran sus condiciones de madre o de trabajadoras. El catolicismo también se convirtió en una parte identitaria de la afiliada desde su creación, con una defensa más o menos férrea según la situación política, manteniéndose eso sí su condición católica a lo largo de toda su existencia, lo cual no era de extrañar puesto que los creadores del IMT pertenecían a círculos católicos. Sí es remarcable su desvinculación durante la Segunda República: mientras el resto de organizaciones femeninas católicas españolas se volvieron fervientes defensoras del catolicismo en este período, abandonaron las reivindicaciones de derechos profesionales femeninos y se movilizaron contra la laicización del Estado, el IMT se distanció conscientemente del movimiento católico para que la evolución de su obra no se viera perjudicada. La ambigüedad discursiva del instituto, que tanto promocionaba, protegía y valoraba el trabajo extradoméstico de las mujeres como defendía el rol vital de la mujer como madre, le permitió no generar controversia y pudo prosperar durante periodos convulsos.
Junto a los servicios propuestos por el IMT, la educación y el acceso a la cultura tuvieron un papel importante y se configuró como una parte identitaria de la afiliada. El perfil de la enfermera se convirtió en el símbolo por excelencia de la obra del instituto, acentuando la propaganda durante el periodo republicano con el fin de remarcar que no solo se trataba de una organización católica, sino sobre todo de un espacio en el cual mujeres de clase obrera podían acceder a estudios superiores y formarse en una escuela innovadora en España en cuanto a la formación teórica y práctica en enfermería. El IMT, desde sus inicios hasta el principio de la Guerra Civil, se convirtió en un modelo pionero en el marco de la asistencia sanitaria, económica y educativa gracias en buena medida a su adaptabilidad e imparcialidad política. La identidad de la “afiliada” se configuró bajo esta premisa de neutralidad para que cualquier mujer pudiese afiliarse al instituto, independientemente de su ideología, pero siendo católica y cumpliendo los requisitos morales mínimos. A partir de 1936, la falta de implicación política produjo que otras instituciones se apropiaran de sus servicios y el transcurso de la guerra provocaría graves oscilaciones que marcarían el futuro del instituto y el de sus afiliadas.
- Jordi Nadal y Carles Sudrià, Història de la Caixa de Pensions, Barcelona, Edicions 62, 1981, p. 18-122.↵
- Inmaculada Blasco, Paradojas de la ortodoxia. Política de masas y militancia católica femenina en España (1919-1939), Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2003, p. 41.↵
- Feliciano Montero, “El catolicismo social en España, 1890-1936”, Sociedad y utopía: Revista de ciencias sociales 17, 2001, p. 115.↵
- Amelia García Checa, “Identidad cultural y espacios de actuación: las propuestas del feminismo conservador catalán”, Arenal 2, 2008, p. 209-235.↵
- Jordi Nadal y Carles Sudrià, op.cit., p. 269.↵
- La Acción Católica de la Mujer fue una organización católica femenina creada en 1919, cuyo principal objetivo fue reagrupar en una organización nacional centralizada todas las fuerzas católicas femeninas del país y así defender de forma cohesionada el orden social así como la creación de una identidad católica española.↵
- Inmaculada Blasco, op. cit., p. 205.↵
- Jordi Nadal y Carles Sudrià, op. cit., p. 269.↵
- Vida Femenina, 31-V-1922, p. 6.↵
- Marta Del Moral Vargas, “El Sindicato Obrero de la Inmaculada de Madrid: la construcción de un espacio de sociabilización política femenina”, Izquierdas y derechas ante el espejo: culturas políticas en conflicto, dir. Aurora Bosch Sánchez e Ismael Saz, 2016, p. 235-252.↵
- “Reglamento del Instituto de la Mujer que Trabaja”, Artículo 10, Vida Femenina, 30-IV-1920, p. 3.↵
- Vida Femenina, 30-V-1920, p. 7.↵
- Vida Femenina, 30-VII-1921, p. 2-3.↵
- Instituto Nacional de Previsión, Conferencia nacional de seguros de enfermedad, invalidez y maternidad. Barcelona, noviembre de 1922, Madrid, Sobrinos de la sucesora de M. Minuesa de los Ríos, 1925, p. 299-302.↵
- Inmaculada Blasco, “Género y reforma social en España: en torno a la elaboración del Seguro Obligatorio de Maternidad (1915-1929)”, Ayer 102, 2016, p. 34.↵
- Vida Social Femenina, 31-VIII-1933.↵
- Inmaculada Blasco, op. cit., p. 205.↵
- Salvador Cassasses, “Les infermeres socials”, Vida Femenina, 31-I-1934, p. 2. Traducción propia del catalán.↵
- En 1930 se calcula que el 40% de la población femenina era analfabeta contra el 24% de la masculina. Mercedes De Vilanova y Xavier Moreno, “Analfabetismo y censos de población de España de 1887 a 1981”, Historia y Fuente Oral 7, 1992, p. 164-172.↵
- Archivo Histórico de la Universidad de Barcelona, Depósito 02, Caja 5466, Solicitudes de ingreso (1927-1931).↵
Bibliographie
BLASCO Inmaculada, “Género y reforma social en España: en torno a la elaboración del Seguro Obligatorio de Maternidad (1915-1929)”, Ayer 102, 2016.
BLASCO Inmaculada, Paradojas de la ortodoxia. Política de masas y militancia católica femenina en España (1919-1939), Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2003.
DE VILANOVA Mercedes y Xavier MORENO, “Analfabetismo y censos de población de España de 1887 a 1981”, Historia y Fuente Oral 7, 1992.
DEL MORAL VARGAS Marta, “El Sindicato Obrero de la Inmaculada de Madrid: la construcción de un espacio de sociabilización política femenina”, Izquierdas y derechas ante el espejo: culturas políticas en conflicto, dir. Aurora Bosch Sánchez e Ismael Saz, 2016.
GARCÍA CHECA Amelia, “Identidad cultural y espacios de actuación: las propuestas del feminismo conservador catalán”, Arenal 2, 2008.
MONTERO Feliciano, “El catolicismo social en España, 1890-1936”, Sociedad y utopía: Revista de ciencias sociales 17, 2001.
NADAL Jordi y Carles SUDRIÀ, Història de la Caixa de Pensions, Barcelona, Edicions 62, 1981.
Instituto Nacional de Previsión, Conferencia nacional de seguros de enfermedad, invalidez y maternidad. Barcelona, noviembre de 1922, Madrid, Sobrinos de la sucesora de M. Minuesa de los Ríos, 1925.
Revista Vida Femenina, XII-1919 a VII-1937.
Auteur
Julia Palacios Maffiotte
Julia Palacios Maffiotte es doctoranda del laboratorio Imager en la Universidad Paris-Est Créteil (UPEC), donde realiza una tesis doctoral dirigida por Karine Bergès (UPEC) y Rosario Ruiz Franco (Universidad Carlos III Madrid) titulada “El Instituto de la Mujer que Trabaja y su revista Vida Femenina: impacto, discurso y estrategias de acción para las mujeres obreras en Cataluña (1920-1944)”. En este trabajo doctoral analiza la evolución de una institución de previsión y asistencia social pionera en España, el Instituto de la Mujer que Trabaja, la cual creó una red de servicios sanitarios, económicos, formativos y culturales para mujeres de clase obrera. Esta tesis interdisciplinar, que aúna la historia de las mujeres, del trabajo y de la religión, aporta un análisis pormenorizado de una organización femenina cuya financiación por parte de la Caixa le permitió llevar a cabo proyectos innovadores en los ámbitos de la salud, de la economía y del trabajo.
Pour citer cet article
Julia Palacios Maffiotte, El Instituto de la Mujer que Trabaja (Barcelona, 1920-1936): identidades femeninas en el seno de una organización pionera en la historia de la seguridad social española, ©2025 Quaderna, mis en ligne le 27 janvier 2025, url permanente : https://quaderna.org/7/el-instituto-de-la-mujer-que-trabaja-barcelona-1920-1936-identidades-femeninas-en-el-seno-de-una-organizacion-pionera-en-la-historia-de-la-seguridad-social-espanola/
a multilingual and transdisciplinary journal