Brice Chamouleau, Tiran al maricón. Los fantasmas queer de la democracia (1970-1988), Madrid, Akal, 2017
Texte intégral
Este libro se presenta como una historia postsocial de las subjetividades gais tomando como marco cronológico el período de la transición democrática. Para ello, Brice Chamouleau retraza, intrepreta y cuestiona las luchas político-sexuales en la España postfranquista y también desvela como la joven democracia española ha hecho de la defensa de los derechos de las personas LGBT+ un “escaparate” (p. 9) de respecto y de libertad. En otras palabras, el autor nos demuestra como el reconocimiento de las subjetividades abyectas se convirtió en un indicador de modernidad sobre el cual se ha forjado un homonacionalismo dominante. El libro que se estructura en ocho capítulos, arranca bajo la forma del asíndeton con la alusión a un ayer perdido, pero a un mañana por construir. En el primer capítulo «1984, Barcelona. Microhistoria iconoclasta», el autor se apoya en una serie de microrrelatos extraídos del fanzine Les Pilinguis para poner de realce como el proceso transicional en España llevó a cabo un ordenamiento social de los colectivos LGBT a través de una criminalización de lo que el autor llama “la homosexualidad humanimal” por su disidencia y subversión al mismo tiempo que vanaglorió una homosexualidad catalogada como “digna” por su sumisión a reivindicaciones jurídicas y familiares. Este sesgo en el horizonte queer conduce al autor a interesarse al concepto de contracultura durante la Transición democrática con la voluntad de rescatar del olvido aquellos lenguajes y sujetos subversivos, alternativos que fueron estigmatizados, marginalizados, condenados por el Estado a la hora de reconocer a las minorías sexuales.
Alentado por la voluntad de contribuir a la creación de un “archivo alternativo al proceso transicional” (p. 25), el capítulo dos (“Homonacionalismo: políticas de la historia lgbt+ posfranquista”) saca a luz algunos de los procedimientos de regulación de las voces LGBT+ con el objetivo de normalizarlas capitalizando así las luchas del colectivo. El primero de ellos es la lucha por la igualdad familiar LCGT+, símbolo de integración al nuevo ordenamiento moral propio a la vida democrática postfranquista y que acarreó la “desintegración” de las comunidades queer críticas con el mismo. Así, la dignificación jurídica prometida al colectivo LGTB+ ha ido a la par con la imposición de una normalización homosexual a través de políticas de índole homonormativa que han perseguido acoplar y amoldar las subjetividades LGTB+ a las prácticas sociales heteronormadas y dominantes en nuestra sociedad capitalista. La ridiculización de las subjetividades LGTB+ que descarrilan del dogma moral constitucional del consenso por medio de la folklorización y la reducción caricatural de los gais radicales a “locas vestidas de flamenco” (p. 95) también pone en evidencia como en el contexto de la transición se rechaza todo lo que supone un amago de desacuerdo que a su vez se equipara con la violencia. El autor se posiciona así en la línea de investigación que considera que la transición española no fue pacífica, y reclama la inclusión de la historia de las subjetividades LGTB+ en el relato de las violencias políticas operadas en nombre del consenso. El capítulo no deja de lado las conexiones entre comunidad LGTB+ y territorio, afirmando que si la nación gay está exenta de fronteras si se inscribe en territorios, y recupera para ello relatos singulares de las luchas sexuales y transexuales en Barcelona y en Euskadi.
Partiendo de la convicción que las luchas político-sexuales durante los años de transición constituyen un antecedente de las identidades actuales, las páginas del capítulo 3 (“Pluma y transición: genealogías postfranquistas queer”) nos exponen genealogías queer que dan testimonio no solo de la represión de la sexualidad y del cuerpo durante los años de transición sino de la impronta de la dominación. En este contexto de lucha por el poder, el autor nos sumerge en una lectura sexual de la Transición que tiene como hilo conductor la voluntad de rescatar las subjetividades subalternas y devolverlas su radicalidad estrangulada en la segunda mitad de los setenta. En un contexto en el que la masculinidad era concebida como hegemónica, la imagen del travesti se alza en “metáfora de las ambigüedades del momento histórico” (p. 17) y en símbolo si no de la ruptura, al menos del solapamiento ideológico. Así, las subjetividades que el autor llama “plumeras” desafían los arquetipos de masculinidad y feminidad procedentes de la dictadura. Sin embargo, notamos como el entusiasmo suscitado por la creación de estéticas y la circulación de nuevos modelos sobre feminidades o masculinidades, se transforma en desencanto al constatar como la modernización a pesar de haber permitido a las subjetividades subalternas de crearse un espacio, solo ha producido “licuefacción de las identidades antaño fijas de género” manteniendo intacto “el hombre franquista” (p. 127). El género se impuso como una categoría permitiendo habilitar o no a los sujetos para la vida comunitaria posfranquista (p. 239).
Bajo el título “Persistencia constitucional de la Ley de Peligrosidad Social” que da nombre al capítulo 4, el autor recalca los vínculos existentes entre el ordenamiento jurídico franquista y las leyes democráticas enfocándose en aquellos individuos víctimas de violencia estatal como fue el caso de las subjetividades LBTB +. Los juzgados catalanes de peligrosidad social sirven al autor de prueba empírica de la persistencia de la violencia y de la represión propia de la Ley de Peligrosidad franquista en los primeros años de transición. En efecto, si el aparato represivo impuesto por esta ley que a ojos del autor fue la “respuesta legal a la extensión de la contracultura española” (p. 143) cesa de aplicarse formalmente para condenar a los homosexuales, las disposiciones punitivas contra la prostitución particularmente, ponen de realce la perpetuación de la moral franquista (p. 145). La transición reprimió así las subjetividades que no se conformaron con el espacio que les reservaba la Constitución, es decir, el de la privacidad (p. 161). Brice Chamouleau propone una doble lectura del nuevo marco constitucional que si bien generó un espacio de emancipación también creó el confinamiento y el “silenciamiento colectivo” de las subjetividades LGBT+ (p. 162).
En el capítulo 5 (“Rostros queer ante la represión estatal”), el autor recalca su empeño por recuperar la memoria de una juventud que politizó las sexualidades de una manera opuesta, no apta ni apropiable para los imaginarios transicionales (p. 163). Para ello procede a un recorrido por los expedientes judiciales catalanes con el objetivo de poner rostro a la represión queer en la España de la transición y reescribir así una historia a contracorriente de las relaciones entre subjetividades queer minorizadas y el Estado (p. 164). De este recorrido se desprende una constate: la clase social como variable sociológica en las prácticas represivas del Estado. Partiendo de ejemplos registrados en la documentación judicial de Cataluña, el autor avanza la tesis de una represión de la homosexualidad estigmatizada en términos de desclasamiento. De este modo, el autor ve la perpetuación en el tardofranquismo de la Ley de Vagos y Maleantes (1933) al catalogar de “vago” al homosexual de clase social.
El autor destaca también como en la estigmatización moral de estos individuos se perpetúan los dos pilares del franquismo, la familia y el municipio, con el objetivo de subrayan su amoralidad. El desapego familiar y territorial de estos individuos les obliga a apropiarse de la calle, un lugar social privilegiado pero estigmatizado por el Estado. El control de la homosexualidad se lleva a cabo en los urinarios, en la calle, en los cines, pero raras veces la policía penetra en las salas o lugares de encuentro frecuentados por homosexuales de clase media o alta. Así, para Brice Chamouleau la represión de la homosexualidad en la España postfranquista es una cuestión de estatus social. Es por tanto la transgresión que travestis y subjetividades homosexuales hacen del espacio público frente a las normas de género heterosexuales lo que plantea problema al joven estado democrático español. Como prueba de ello, el autor nos recuerda que entre 1978 y 1985, la represión se dirige a aquellos individuos que “hacen ostentación de su homosexualidad” (p. 191). A lo largo de este capítulo, el autor también nos sumerge en el tratamiento médico reservado a los homosexuales en la España postfranquista donde la homosexualidad pasa de ser concebida como una desviación sexual congénita a una alteración del comportamiento. La preocupación por describir esas “identidades mutantes”, da lugar a la introducción de nuevas categorías en la jerga médica así los homosexuales de ayer son ahora “travestis” o “transexuales” (p. 200). Una vez diagnosticadas, las subjetividades queer dejan de ser objeto de represión para convertirse a ojos del Estado democrático en sujetos de tutela (p. 222). Una nueva retórica humanitaria (“homosexuales reducidos a alteridades inofensivas”, p.228) remplaza así la retórica postfranquista que veía en los homosexuales “peligrosos sociales” capaces de “lesionar” y desafiar las normas de convivencia comunitaria.
“Política absoluta gay”, así se abre el capítulo 6 que toma la forma de un homenaje al reescribir el combate de las comunidades juveniles españolas que no solo tuvieron que luchar por lo personal frente a un poder globalizado, sino que también han tenido que hacer frente a una herencia dictatorial. Deteniéndose en la influencia ejercida por la producción de algunas estéticas como el gay rock, el autor pone de manifiesto como la homosexualidad adquiere progresivamente una expresión radical en la España postfranquista. La Barcelona de finales de los 70 aparece como el laboratorio de la lucha gay siendo al mismo tiempo el terreno privilegiado de la resistencia anticapitalista, lo que lleva al autor a poner de manifiesto los lazos existentes entre lo homosexual y otras formas de dominación (p. 272). Sin embargo, la desmovilización de los movimientos sociales acaecida durante el año 1977 también asola al movimiento homosexual. La división entre reformadores y radicales reflejan la ruptura entre la base social y la representación institucionalizada en manos de la FAGC (Front d’Alliberament Gai de Catalunya). La penetración de la cultura de Estado en la comunidad gay ha generado un marco de interpretación binario y antinómico que ha legalizado las prácticas de los sujetos considerados reformadores y descreditado las voces de los radicales. El capítulo se cierra con una reflexión entre militantica queer e inconformidad del movimiento gay con la cultura del Estado. Este disenso lleva al autor a formular posibles vínculos entre catalanidad queer y cultura estatal considerando finalmente que “la catalanidad que atraviesa a esas subjetividades queer radicales les viene dada por el territorio que habitan” (p. 296). Así, las particularidades de la opresión sufrida en Cataluña si bien se pueden comparar con las que se vivió en otros puntos del territorio español, no se debe dejar de lado el simbolismo de lo catalán como fuerza antifranquista. Sin embargo, si las calles de Barcelona aparecen para los imaginarios queer como un espacio de resistencia, de cambio de vida, la reducción de los espacios de sociabilidad homosexual en la ciudad condal al llamado gueto (se recluyen lo gay a los bares y comercios) traduce la expulsión del espacio urbano de las subjetividades homosexuales. Lo que tenemos aquí es una reactualización del binomio público-privado tan atizado por el franquismo para ordenar el espacio (reclusión de la mujer casada en el ámbito privado ya que el ámbito público estaba reservado al hombre) y de vuelta en la España de la transición y que el autor expone bajo la metáfora de la muralla que “se yergue par contener experiencias juveniles pasadas que pretendieron extraer lo sexual de sus espacios de reclusión” (p. 303). Este reordenamiento sexual del espacio conllevó la reclusión colectiva del movimiento queer en Barcelona lo que marcó el inicio de la pérdida de una capacidad de acción colectiva.
En el capítulo 7, “Las tetas altas y la nueva castidad: privacidad y catolicidad ante la Constitución de 1978”, el autor arremete contra el consenso transicional en cuanto este ha servido a desarticular y desintegrar subjetividades subversivas. Para el autor, el consenso determinó la manera de participar a la cultura comunitaria dominante. Partiendo de una interpretación del constitucionalismo español percibido desde sus orígenes como una “recodificación de ordenamientos culturales procedentes de los mundos hispánicos preconstitucionales y se sus formaciones sociales en un lenguaje liberal” (p. 325) e insistiendo en la jerarquización de las experiencias subjetivas y en la negación del individualismo operadas por el nacionalcatolicismo franquista (p. 327), el autor explica por qué en la España transicional se perpetúan las desigualdades en la concepción de lo que es persona o individuo a la hora de construir la comunidad democrática nacional. Pese a los códigos de honor y privacidad que se convirtieron en poderosos instrumentos para desarticular las subjetividades queer durante la Transición a la democracia, la “política absoluta gay” ha construido cuerpos y subjetividades reacios a estos dogmas de pudor y recato (p. 344). Finalmente, el análisis se detiene en los mecanismos de construcción de subjetividades disfuncionales reducidas a la categoría de individuos esquizotímicos (p. 357), incapaces de contener sus emociones (p. 354) y nerviosos (p. 353). El autor se libra a una condena del Estado postfranquista por haber condenado las intimidades díscolas e insumisas (p. 361), por haber potenciado su desarticulación y haberles privado de memoria.
El título “Los Pilinguis en tiempo futuro” abre el último capítulo. El amargor de una lucha perdida por parte de” lxs humanimales catalanxs y españolxs” sirve al autor para conectar estas fallidas luchas subversivas del pasado con otras luchas, feministas y queer poscoloniales y decoloniales. Brice Chamouleau arremete por última vez contra una transición constitucional que ha configurado un tipo de subjetividad LGTB+ dignificada al mismo tiempo que la ha codificado según formas de participación política y patrones antropológicos heredados (p. 363). El autor no esconde su incomodidad con respecto a las gramáticas culturales y económicas actuales y la selección de las vidas que engendra (p. 364). Recuperando el postulado según el cual “hay vidas que cuentan más que otras”, el autor reitera la maquinaria violenta propia de un “totalitarismo soft” (p. 369) desplegada por el estado postfranquista para destruir las subjetividades díscolas por ser también sujetos reacios al cambio político. Así termina esta contribución cuyo aporte fundamental es cuestionar y denunciar una transición democrática que ha mantenido instrumentos de represión contra las subjetividades homosexuales. Una tarea que se complementa con la voluntad de rescribir y reinterpretar la producción del espacio en el que se insertaron las subjetividades LGTB+ y que no pasa por alto las transformaciones de dichas identidades durante la Transición.
Auteur
Alicia Fernandez Garcia
Alicia Fernandez Garcia est maîtresse de conférences en langue et civilisation espagnoles à l’Université Paris 8. Ses principaux travaux portent sur la politique et la société dans l’Espagne contemporaine. Elle s’intéresse également aux questions identitaires et au vivre ensemble dans les villes-frontières de Ceuta et Melilla.
Pour citer cet article
Alicia Fernandez Garcia, Brice Chamouleau, Tiran al maricón. Los fantasmas queer de la democracia (1970-1988), Madrid, Akal, 2017, ©2025 Quaderna, mis en ligne le 27 janvier 2025, url permanente : https://quaderna.org/7/brice-chamouleau-tiran-al-maricon-los-fantasmas-queer-de-la-democracia-1970-1988-madrid-akal-2017/
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