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# 06 Nord magnétique

Sergio Delgado,

La vibración de una rama ausente (sobre Parques de Sergio Delgado)

Texte intégral

Couverture de l'ouvrage "Parques", de Sergio Delgado

Couverture de l’ouvrage “Parques”, de Sergio Delgado

El libro Parques de Sergio Delgado, editado en Santa Fe (Argentina) por la Universidad Nacional del Litoral en 2021, traza un recorrido por el espacio y también por el tiempo. Y dibuja además la historia de una escritura. Tres parques (uno argentino – el Parque del Sur en Santa Fe- y dos franceses – el Parc du Venzu en Lorient y el Square Le Gall en París) están allí para que ser leídos, respectivamente, por Cronista, Novelista y Poeta.

El primer texto es una nueva versión del ya publicado en Parque del Sur en Rosario en 2008. Ese texto lo había escrito “el cronista” que ahora se vuelve “Cronista” (con mayúscula y sin artículo) y que vuelve acompañado de Editor -que es también traductor- y de Reditor, que es aquel cuyo punto de vista genera la reflexión de la posdata (uno de los agregados de la nueva edición del texto). Reditor se da el lujo de citar a su vez otros puntos de vista en nota al pie y, subrayando la complejidad del dispositivo de enunciación, las referencias a Editor se incluyen en notas “N. de R.”, con lo cual Editor parece confundirse con Reditor.

“Parque del Sur” es el texto que evoca el parque de la infancia. Cronista lo escribe para que Editor o Reditor transmitan, en tercera persona, ese relato y esas reflexiones a un lector. Su evocación empieza subrayando la contradicción entre dos experiencias del parque: una caracterizada por el movimiento (la que surge al enfrentarse por primera vez con el Parque del Sur desde el Flecha bus que trae a Cronista de vuelta a su ciudad natal) y otra de inmovilidad (construida a partir de dos fotos del final de esa estadía). Como corresponde al recuerdo de infancia, hay en este parque retazos de cuentos infantiles. En un momento se evoca “el camino más largo” (como el del cuento de Caperucita Roja) y también “El caminito de la muerte”, que con su diminutivo parece querer borronear la sobriedad y la gravedad del subtítulo de la versión anterior (“El camino de la muerte”). La parte principal de “Parque del Sur” termina con “La manzana embrujada”, un texto donde, siguiendo la isotopía del cuento infantil, se evoca al fantasma de una bella niña en las casas que el gobierno ha expropiado para construir en el futuro un centro cívico. El cuento infantil se enturbia cuando el recuerdo de la casa de la niña fantasma se confunde con la evocación del centro clandestino de tortura que funcionó en ese espacio. Fotos desdibujadas, de poca calidad, contribuyen al relato de fantasmas, como las de Helen Zout en su evocación de los desaparecidos, un modo de afirmar que sobre ese tema es imposible que haya imágenes netas.

La reflexión sobre la foto desdibujada y los proyectos que se disuelven (como ocurrió con el plan de construir un centro cívico en esa parte de la ciudad) está subrayada por la posdata de ese primer capítulo de Parques. Dicha posdata, que adopta el punto de vista de Reditor, propone una reflexión sobre la foto de tapa del libro Parque del Sur. En ese libro, de formato pequeño y de color naranja, publicado la Municipalidad de Rosario en 2008, aparecía la primera versión de lo que acaba de leerse y en la tapa se reproducía una foto que vuelve en la página 47 de Parques en 2021. Reditor se sorprende al volver a ver esa foto que en el interior de libro de 2008 no estaba acompañada de ningún comentario. En realidad la foto aparecía allí en la misma página en la que se citaba el nombre del “Parque Belgrano” (al que todos llaman Parque del Sur) y ese posicionamiento podía considerarse como un comentario o una justificación, leve pero existente, de la foto del monumento a Belgrano. Uno podría pensar también que el nombre se omitía en 2008 porque la referencia resultaba evidente para cualquier habitué. Pero Reditor no conoce el parque y mientras prepara la nueva edición de “Parque del Sur” se pregunta si el monumento se encuentra realmente allí. Por otra parte lo que ve en la tapa de 2008 le parece “una foto banal que exhibe quizás su dispositivo de manera demasiado evidente: un encuadre estrafalario guillotina al héroe y además lo descentra”. A esa sesuda crítica se suma, en nota a pie de página, un comentario negativo de Agnès, la amiga argentina de Cronista cuyo mail (de mayo de 2009) se reproduce. Se trata de la misma amiga que volverá para anunciar la muerte de un librero en el texto del parque del Venzu y que luego volverá, en un lugar central, en el texto del Square le Gall (donde se hablará repetidamente de su presencia y de su ausencia). Para Agnès el problema es que la foto recurre a un efectismo que desmerece e incluso anula el contenido de todo el volumen, aun para quien no ha leído el texto todavía. La misma apreciación le merece a Agnès la inclusión de fotos en el interior del libro.

En un pliegue irónico, en el nuevo volumen Parques de 2021 se incluyen (¿por decisión de Cronista? ¿por decisión de Reditor?) no sólo la mayor parte de las fotos de la primera edición sino también una foto al cuadrado  (foto de la foto) de la foto de tapa del volumen de 2008. Es decir una foto que, en 2021, guillotina y descentra lo que ya estaba guillotinado y descentrado en 2008. Si menos por menos da más, tal vez el objetivo de ese procedimiento haya sido cambiarle el signo al juicio de valor de la amiga de Cronista. Pero la reflexión sobre la foto del monumento a Belgrano en la posdata va mucho más lejos, aunque para eso sea necesario multiplicar las fotos. Como si dos (p. 47 y p. 67) no hubieran sido suficientes, como buscando la imposible desesperación o la imposible carcajada de Agnès que, como lo sabemos al recorrer el último parque, ya ha muerto.

Reditor recorre el parque del sur intentando “un paseo literario” basado en todo lo que ha leído (entre otras cosas aquel libro de 2008) y descubre que “el parque leído no coincidía para nada con la imagen que ahora se hacía personalmente, en contacto con las cosas, recorriendo el espacio concreto” (p. 69). Eso lo lleva a preguntarse si el monumento no ha sido un invento de Cronista. Por suerte está Google Earth, que Reditor consulta y que le permite dar con el monumento y entender que, si no lo reconoció durante su paseo es porque la foto del volumen de 2008 estaba tan artificialmente contruida que toda relación entre lo leído y lo visto había acabado por volverse imposible. Para demostrarlo, el nuevo libro incluye nuevas fotos: la de google earth, la de street view en google earth (con lo cual llegamos a cinco fotos del mismo monumento). Es entonces cuando, como en “Las babas del diablo” -o en Blow up de Michelangelo Antonioni- se produce una revelación que exige un zoom de la foto (en una sexta y última reproducción del mismo objeto). La observación del detalle muestra -tardíamente- lo que no se había visto antes: “En ese espacio “central” [de la foto] puede observarse la ausencia de una placa arrancada en algún momento previo a la toma de la foto en 2007. Seguía faltando cuando se registró la street view en enero de este año 2019″ (p. 73). El lector puede preguntarse si el que no vio esa ausencia fue Cronista o Reditor, o si acaso el detalle pasó inadvertido para ambos. Lo que el texto pone de relieve es, en todo caso, la distracción y las hipótesis de Reditor: o la placa la robó alguien para vender el metal al peso o bien fue suprimida porque mencionaba a alguien que debió de ser admirado en la época de la dictadura y cuyo nombre convino olvidar más tarde (algún héroe de aquella época, hoy asesino). La placa que “sigue brillando por su ausencia” lleva a Reditor a insistir sobre “el carácter inestable que tiene un parque como lugar de la memoria individual y colectiva” (p. 74). Y si uno extrema la lógica de esta segunda interpretación, puede ver que las marcas de los tarugos que sostuvieron alguna vez alguna placa para exaltar a alguna persona se parecen también, aunque el texto no lo diga, a impactos de bala, condensación de una violencia aún mayor, pero relacionada con la misma que suele motivar la acción de poner o sacar placas. La reflexión sobre ese cambio parece ser un modo de insistir sobre el tiempo que separa a Cronista de los años su infancia. Entre Cronista y su infancia, aquellos años de la dictadura y muchos cambios de placas.

En la segunda parte de Parques el protagonismo de la focalización lo tiene Novelista. Resulta en ese sentido lógico que el texto empiece añorando una frase de arranque que tenga la contundencia de la de Kafka en su Metamorfosis. Y aunque el proyecto sea dar cuenta de la relación tierra /cielo (en el sentido meteorológico del término), no sorprende que en un “novelista” el disparador de la escritura sea un enigma, un enigma que surge de una pregunta inicial: ¿qué hace un novelista cuando no escribe una novela? La pregunta reaparecerá al final del recorrido, pero por el momento la respuesta inmediata es que ese novelista (re)lee, escribe, planea o prepara la presentación de su última novela, que ese novelista piensa, mira, espera. De allí (de ese devaneo por los meandros de la actividad de Novelista cuando no escribe novelas) surge la conciencia y la inquietud de que lo importante puede olvidarse. Novelista constata que novela Sonia concluía con una reflexión sobre nada más y nada menos que el sentido de las cosas. Y esa reflexión la formulaba un “memorialista”. Leemos, en el comienzo de “Parque del Venzu”, unas líneas que retoman el final de La sobrina de Sergio Delgado (texto citado como Sonia):

Afuera se escucha el arrullo de los pájaros que se acomodan en las ramas para pasar la noche. Durante el día, como diría el memorialista, contemplamos el ir y venir de las bestias, sus raros comportamientos, sin comprenderlos, como si se tratara de seres insensatos que han perdido el rumbo: recién con la llegada de la noche parecen encontrar su lugar. El atardecer devuelve a las cosas y los seres a su sentido.

Lo que surge para Novelista como enigma es: ¿de dónde viene esa frase? Lo que un memorialista había formulado, Novelista (desmemoriado) lo ha olvidado. No como el pato, que aun despegado de su especie, aun siendo chiquito y no conociendo más que a las gallinas que incubaron el huevo del que salió, ve el agua y sabe, por memoria celular genética, que eso es lo suyo. La respuesta a ese enigma inicial Novelista la va a encontrar justamente en el proyecto de este recorrido por el Parc du Venzu. Para eso hace falta la paciencia, el tiempo de la espera, la posibilidad de ese espacio donde ideas y palabras se deshilachan sin cesar, como los bordes de la nubes “o la superficie de una inmensa olla en ebullición” (p. 88) y donde en algún momento, avanzando “a tientas por una llanura virgen, sin senderos ni huellas” (p. 88), se vislumbra un sentido. Esa “acumulación de dispersiones y derivas [que] terminan, en cierto modo más insensato que programático, por dar algo” constituye la “suerte de principio de termodinámica personal” (p. 89) que define el arte novelístico del escritor (Cronista, Novelista o Poeta, poco importa), un camino que discurre, lentamente, entre olvido y memoria.

En ese parque vuelve la reflexión sobre el nombre, Venzu, palabra de origen bretón a cuyo sentido se accede sólo por aproximaciones de quienes hoy hablan esa lengua, palabra desaparecida de los diccionarios y sobreviviente en el recuerdo, como el arroyo que lleva el mismo nombre y circula oculto bajo el parque o las rutas, el arroyo que desaparece y luego reaparece para morir en el mar. La planificación urbana borra los arroyos y el misterio de los bosques, pero por suerte están los parques, la lengua y la memoria (o la desmemoria) para ayudarlos a persistir.

Venzu es el parque y es antes la “piedra negra” y el arroyo entubado y el ogro que se lleva a los niños que no duermen en el país del Martín Pescador. En Venzu y en Martín Pescador resurge el mundo de los cuentos infantiles, que vuelve a asociarse con un parque. Hay leyendas locales (la de madame Guehenec, la de Buffon) y leyendas lejanas, patagónicas (del valle del Río Negro) sobre el Martín Pescador. La leyenda patagónica es particularmente interesante, porque insiste en la asociación entre agua y cielo, pez (salmón) y ave (pájaro azul, martín pescador, pájaro arco iris). Salmón le roba la voz al pájaro azul y, aunque no le sirve para nada, se obstina en guardarla, lo que explica que Salmón siga dando saltos, intentando ser ave, para lograr poder arrancarle alguna nota al instrumento robado. Y también explica que “Martín Pescador se hund(a) en las aguas con súbita impotencia de ave-pez, buscando recuperar el canto robado” (p. 102). Esa versión de los hechos insiste en la voz, en el sentido, en el “zumbido, […] bisbiseo, silbido, tintineo, susurro, cuchicheo, rumor, chiflido, murmullo” (p. 135) que escondida persiste, esperando salir alguna vez, aunque haya quedado atrapada en el fondo del agua, aunque los acufenos no permitan percibirla, aunque se esconda en el misterio de los cien números de una heca-tombe o en la versión de un antiguo proyecto de guión escrito en un entonces moderno y hoy viejísimo procesador de texto, versión que al recuperarse en una computadora moderna, se llena de signos extraños que hay que limpiar para que se descubra que la casa imaginada en ese guión era un poco la casa de la novela Sonia (La sobrina) y también un poco el núcleo de Parques: una escritura en que los objetos y los lugares -mucho más que las personas- son los que tienen algo que decir.

El texto de este parque se complace en subrayar abismos: el que existió entre el insignificante arroyito que alimentaba el embalse y los horrores de la segunda guerra (el Venzu alimentaba “la rada por donde partían las endemoniadas máquinas [nazis] a sus misiones criminales”, p. 110), el abismo que sigue existiendo, entre éxtasis y angustia, en la reaparición del Venzu cerca del embalse, en un último gemido donde convergen vida y muerte.

En la evocación del parque del Venzu vuelve también, como en la de los otros parques, el eco de las experiencias traumáticas de la última dictadura militar argentina: el estruendo de la demolición de la última torre del barrio de Lorient (donde Novelista vive y donde está el parque del Venzu) trae a su memoria “reminiscencias profundas” que tarda en analizar y comprender, reminiscencias relacionadas con el estallido de una bomba en Santa Fe en los años 70, reminiscencias que son “aguas servidas que brotan de pronto de los pozos negros”. Novelista evoca lo que queda de la vida pasada en lo que queda de la torre a medio demoler y comparte el vacío con un anciano que contempla el mismo cuadro. Luego va y vuelve por sus recuerdos, notas, reflexiones, como esperando, en un invierno gris poblado de acufenos, que surja una luz. La luz llega, de la mano de un libro, de la contemplación del embalse en la calma del atardecer y del silencio de un pájaro que se ha callado o que se ha ido. Porque al final de su recorrido por el Parque del Venzu, Novelista encuentra, en un texto de Camus citado en las Antimemorias de Malraux, la solución del enigma sobre el origen de la frase final de su novela Sonia:

Escribía Camus : “Alors que dans la journée le vol des oiseaux paraît toujours sans but, le soir ils semblent toujours retrouver une destination. Ils volent vers quelque chose“. Así la diferencia, al atardecer, entre su estado de ánimo como paseante de domingo, melancólico, y la actividad de los patos y gaviotas. Para un animal no existe el domingo, existe el atardecer (19/2/2013)

Ante una reflexión sobre el vuelo de los pájaros y el sentido resulta imposible no pensar en el final de Glosa de Juan José Saer. El diálogo con ese texto abre la posibilidad de un nuevo recorrido para el lector de Parques.

En el último parque, el Square Le Gall en París, no hay lagos ni fuentes, pero el agua vuelve. Porque también hay allí, escondidos y para muchos olvidados, un río, y una isla de los monos. El que evoca el parque esta vez no es Cronista ni Novelista, sino Poeta, en un recorrido que está indisociablemente ligado al de un paseo con su amiga Agnès (la misma que criticaba las fotos de Cronista en su primera edición de “Parque del Sur”, la misma que en “Parque del Venzu” transmitía a Novelista la noticia de la muerte de un librero argentino). Agnès murió en 2018 y en la evocación del Square Le Gall su figura vuelve todo el tiempo. Como en los dos parques anteriores, aquí también hay un enigma que tiene que ver con la memoria y el olvido. Poeta recuerda perfectamente sus caminatas con Agnès por el Square Le Gall y por el cementerio de Montparnasse en 2015 o la larga observación compartida de una rama de uno de los cinco ginkgos del square. Poeta sabe que hay algo muy importante en aquella conversación que el olvido se llevó y que tal vez nunca devuelva. Por eso vuelve a ese momento una y otra vez. Recuerda detalles pero olvida lo esencial, que permanece en su memoria “en un discurrir subterráneo” (p. 156), como el del río Bièvre entubado por debajo del square Le Gall. Las palabras de aquella conversación con su amiga son conocidas pero distintas, como es distinto un paisaje bajo la nieve, sobre todo para quien viene de regiones cálidas y asocia a la nieve con la extrañeza (p. 163).

Hay meandros por la historia del square le Gall, por la historia de la isla de los monos, por la historia de la palabra square y de la palabra mono y por la historia personal de un niño que quería un mono. En el square le Gall viven cinco ejemplares del ginkgo bilova y Poeta parte de ellos para detenerse largamente en la resistencia de ese árbol, en la forma de sus hojas, en el modo en que lo entienden el científico y el poeta y en la verdad que puede haber en lo que uno u otro dicen. Poeta escribe también sobre lo que la observación lenta y paciente de un ejemplar puede aportar y sobre el ginkgo como testigo milenario de la vida y de la muerte. Agnès creyó descubrir en los ginkgos del square Le Gall una clave de la vida y la obra del poeta entrerriano sobre el que había trabajado y al que admiraba profundamente, un poeta que había vivido y había muerto en París. Aunque el texto sólo hable de “Amadeo Calvo”, ese poeta parece ser al mismo tiempo Arnaldo Calveyra, Juan L y Amador Calvo (colega de la université Paris-Est Créteil muerto en 2017, poeta y amigo de Sergio Delgado).

El recuerdo subterráneo que no acaba de volver sigue obsesinando a Poeta, que por eso regresa al Square Le Gall para observar una rama enorme de uno de los ginkgos, prodigio que parece desafiar las leyes de la gravedad y que recuerda haber observado durante mucho tiempo con su amiga Agnès un domingo de 2015. Poeta siente que en esa rama sigue vibrando aquella conversación que no logra recordar. En la fotografía y en la observación de la rama pelada de hojas en el invierno se encarna la “pregunta incesante lanzada al vacío” que un día compartieron Poeta y su amiga. Allí está la punta del ovillo, ya que en esa conversación en la que -Poeta lo recuerda de repente- Agnès “habló por primera vez de su detención en 1975, del tiempo, cuya medida exacta Poeta desconocía, que había durado su detención”. Esa conversación fue el comienzo de algo que la muerte interrumpió luego para siempre. Por eso Poeta interroga a la gente cercana a Agnès y en un viaje a su región, entra con ellos en la casa de su amiga muerta y puede ver, en el patio, cómo ha crecido un retoño del ginkgo que el poeta Amadeo había plantado en su casa. En ese ginkgo está la fuerza, aunque Poeta descubra con tristeza que en el square Le Gall la hermosa rama del árbol que había contemplado largamente con Agnès ya no existe. Poeta no recuerda las palabras de Agnès, pero recupera una sombra (como la la foto de su amiga sobre la lápida provisoria de un poeta muerto), como la estela del paso de aquellas palabras compartidas, un recuerdo subterráneo que también es la promesa de un poema.

La reflexión final de “Square Le Gall” surge de la última foto, la del árbol mutilado y a la vez rejuvenecido de ese parque. Es la foto de “un vacío que queda vibrando con la ausencia de la rama”. El libro Parques parece un intento de llenar ese vacío, esa ausencia de una rama, de una amiga, de un poeta, de un texto, de un arroyo, de un sentido. Y aunque se trate de una meta imposible, los recorridos que estos parques nos regalan nos permiten vislumbrar la sombra de todo aquello, un modo de mostrarnos que la rama, la amiga, el poeta, el texto, el arroyo, el sentido no se han ido para siempre.

Auteur

Graciela Villanueva est professeure de littérature hispano-américaine à l’UPEC et directrice adjointe du laboratoire IMAGER. Diplômée en Lettres à l'Université de Buenos Aires, elle a complété sa formation à l'Université de la Sorbonne Nouvelle (DEA, préparation de l'agrégation, doctorat et HDR). Sa spécialité est la littérature hispano-américaine et surtout la littérature argentine. Ses publications portent sur des auteurs du XIXe, XXe et XXIe siècles (par exemple Jorge Luis Borges, Juan José Saer et César Aira). Elle a également écrit sur des questions de théorie littéraire, linguistique hispanique, traduction littéraire, ainsi que sur les arts visuels, la littérature et le cinéma hispano-américains contemporains.

Pour citer cet article

Graciela Villanueva, Sergio Delgado,

La vibración de una rama ausente (sobre Parques de Sergio Delgado), ©2023 Quaderna, mis en ligne le 11 septembre 2023, url permanente : https://quaderna.org/6/la-vibracion-de-una-rama-ausente-sobre-parques-de-sergio-delgado/

Sergio Delgado,

La vibración de una rama ausente (sobre Parques de Sergio Delgado)
Graciela Villanueva

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